sábado, 28 de enero de 2017

50º aniversario de la muerte de Luis Cernuda


Foto de Julia Labrador, crítica literaria


El 5 de noviembre de 2013 tuve el honor de participar en un recital único, el preparado por el Ateneo para celebrar el 50º aniversario de la muerte de Luis Cernuda. Aquella tarde, además, se presentó un libro muy especial, preparado por Miguel Losada (publicado por la Revista Áurea y Polibea): Leve es la parte de la vida que como dioses rescatan los poetas, una antología de poemas en honor al poeta sevillano en la que participé con un texto de cuño surreal y mensaje de denuncia. La nómina de autores que me acompañaron en el recital y/o en la antología es vertiginosa: desde la nobel Herta Müller, al polifacético Yves Bonnefoy, pasando por Pablo García Baena, José Manuel Caballero Bonald, Juan Gelman, Antonio Gamoneda, Francisco Brines, Javier Lostalé, Juana Castro, Antonio Colinas, Eloy Sánchez Rosillo, Ana Rossetti, Luis Antonio de Villena, Jaime Siles, Luis Alberto de Cuenca, Juan Carlos Mestre, Andrés Trapiello, Amalia Iglesias, Almudena Guzmán, Francisco José Martínez Morán, o Eugénio de Andrade... entre otros muchos autores.  

Foto de Julia Labrador, crítica literaria


Para leer mi poema, "La venda púrpura", pinchad aquí. Este poema acabó formando parte de mi libro Helio (La Garúa, 2014).

Se hizo eco de la noticia La Vanguardia (aquí) y el ABC (aquí), entre otros medios.

Podéis escuchar el audio del homenaje pinchando aquí.



lunes, 23 de enero de 2017

Cinco años de El rompehielos




Mi blog cumple cinco años. El detonante para que me animara a publicarlo fueron los famosos recortes en la Educación Pública que tuvieron lugar en la Comunidad de Madrid en 2011. En mayo de aquel año recibí una sorprendente carta de la Consejería donde se me anunciaba la rescinsión del contrato con fecha de 30 de junio, cuando yo disfrutaba de una vacante a jornada completa en IES Francisco Giner de los Ríos y tenía contrato en vigor hasta el 14 de septiembre. Aquel constituyó el primer hachazo contra los derechos de los profesores funcionarios interinos. Luego vinieron más. También se convirtió en el pistoletazo de salida de lo que acabó por convertirse en la Marea Verde. Miles de profesores fuimos despedidos antes de tiempo y dejamos de percibir las mensualidades del verano. El curso siguiente (2011-2012) comenzó calentito: encierros en las Direcciones de Área, manifestaciones multitudinarias donde miles de profesores, familiares y ciudadanos comprometidos con la Educación Pública clamaban contra los recortes y exigían (exigíamos) nuestra reincorporación a las aulas, huelgas de docentes en todo Madrid, apertura de expediente disciplinario a compañeros, clases saturadas por la falta de maestros y profesores, desaparición de las aulas de enlace… Yo estuve esperando que mi lista corriera hasta que, definitivamente, se detuvo en mí a comienzos del 2012. Nunca me llamaron. Para no quedarme parada decidí encender los motores de El rompehielos (también acabé el primer borrador de mi novela Inercia –Baile del Sol, 2014–, y escribí –entre otras cosas– la segunda y tercera parte de mi poemario La Guerra de Invierno –Premio Internacional Miguel Hernández, Hiperión, 2013–). Con este buque abro, por medio de mis reseñas, noticias y artículos de opinión, canales de agua por los que los lectores pueden acceder a obras y realidades no siempre conocidas, de difícil acceso. Trituro el hielo de lo que no interesa que se sepa y difundo aquellos libros que considero de mayor calado. Gracias al blog, además, he tenido el honor de ponerme en contacto con la mayoría de las editoriales del país, he estrechado el vínculo con escritores estupendos, me he puesto en contacto con otros a los que no conocía, y he dado a conocer mi propia obra. Desde el curso 2012-2013 compagino la docencia con el blog, y desde el curso 2015-2016, compagino ambos con la crianza de mis hijos. Pilotar este rompehielos es una de las cosas con las que más disfruto. Gracias a todos los que habéis subido a bordo a lo largo de estos cinco años. 


domingo, 15 de enero de 2017

De un nuevo paisaje

Hasier Larretxea, De un nuevo paisaje. Stendhal Books. 2016. 150 páginas. 18 euros




Hasier Larretxea se dio a conocer en todo el territorio nacional con el poemario bilingüe Azken bala/La última bala (Point de lunettes, Sevilla, 2008), donde el poeta navarro (Arraioz, 1982) aborda sin tapujos y hasta con ironía el tema de la violencia terrorista, lo que suponía una auténtica novedad en el género lírico, al menos, en lengua castellana. Llamó la atención de inmediato. Personalmente, nunca olvidaré ese libro, porque se abre con una cita mía, de Napalm (Hiperión, 2001). Fue un honor que mis palabras fuesen el pórtico de una obra tan valiente, tanto por el ataque –sarcástico– a los integrantes de la izquierda abertzale, como por el intento de disuadirlos de sus actitudes violentas por medio de argumentos lógicos o emocionales. Destacan versos como: “Construyamos un pueblo,/ aunque para ello/ tengamos que destruirlo todo./ Aunque ya no nos quede/ sobre qué construir” (pág. 67). 

A este poemario siguió Niebla fronteriza (El gaviero, 2015), título de mayor calado y un paso definitivo en la poética del autor. Hasier localiza los textos en el valle de Baztan, donde pasó la infancia. Este extenso poemario (120 páginas) inaugura dos temas capitales en la obra del poeta navarro: el paisaje y la memoria familiar. Ambos constituyen uno de los pilares de su libro más ambicioso, hondo y logrado: De un nuevo paisaje (Stendhal Books, 2016). Pocos autores treinteañeros son capaces de armar un libro de 150 páginas, de publicarlo en una editorial independiente de nueva creación (2014), de adentrarse en un proyecto con altura de miras y sin pensar en otro premio que no sea el de la satisfacción por la meta alcanzada, el de la alegría por haber salido ileso del descenso a la memoria compartida, a las dudas y temores que asaltan a uno o a la convulsa política internacional. Hasier es un hombre fiel a sí mismo, le interesa sacar adelante poemas arrancados a la vida, textos verdaderos donde resuenen la aldea, el bosque, el río, la oveja ahogada; por más que eso signifique ir a contracorriente. 

El libro se divide en cuatro partes. Paisajes de retorno recupera recuerdos a través de las localizaciones espaciales. La naturaleza simboliza la muerte (“QUE la oveja se apartó del rebaño para morir”, pág. 28, uno de los grandes poemas del conjunto) y el deterioro (“EL transcurso de las estaciones”, pág. 34), entre otros conceptos. Con un estilo sereno, susurrante, tranquilo, el sujeto lírico describe su mundo con precisión (“Las cruces que sobresalen/ alrededor del cementerio/ son axfisiadas por la expansión/ de la maleza y la cobertura del musgo”). No falta la crítica en clave ecológica o la celebración de la figura del leñador (precioso texto: “HABLA de raíces, troncos y maderas. Como guía./ Habla dirigiendo sus curtidas manos / hacia el árbol milenario… Habla desde y para el bosque”.) En Paisajes interiores se produce un movimiento de repliegue. El arrepentimiento, la culpa, el erotismo, la lucha contra las convenciones, la búsqueda de la fortaleza interior (“Que nadie se interponga entre tú y esa visión/ de la claridad”), o el miedo (“Yo también/ pinté desde preescolar/ el escudo que me protegía/ de los rayos intempestivos,/ de las espadas de madera/ afiladas a contraluz”), son algunos de los temas que se tratan ahora. Se alternan los poemas largos con los breves, recurriendo siempre al verso libre, de metro corto. En un paisaje devastado se abre a la contemplación del mundo exterior: refugiados, víctimas de genocidios (Sarajevo –Bosnia–, 1993; Palestina, 2011; Gori –Georgia–, 2008), o fotoperiodistas comprometidos (Gleb Garanich). El lema ético de la sección queda recogido en los versos: “Portar sólo la sangre/ que emana/ uno” (pág. 127). Finalmente, Paisajismo se ofrece a modo de compilación de dieciséis aforismos. La columna vertebral de De un nuevo paisaje, que recorre elementos tan dispares como lo descritos, la constituye el dolor. 

Hasier Larretxea ha escrito un libro muy completo. Si bien es verdad que la sintaxis de algún poema resulta farragosa (ya sea por la acumulación de oraciones subordinadas, lo que acaba dificultando la comprensión, o por la retahíla de sintagmas preposicionales, que dota a ciertos textos de una estructura monótona), lo cierto es que algunos poemas son realmente buenos, de los que gusta releer de vez en cuando. Y eso, a día de hoy, es un lujo para cualquier lector de poesía.


Nota para los editores: un breve apunte bio-bibliográfico sobre el autor del libro no hubiera estado de más.

Esta reseña ha sido publicada por La Tormenta en un Vaso. Enlace al original, aquí






domingo, 8 de enero de 2017

José Ignacio Montoto, In memoriam



 
El 28 de abril del 2011 tuve el honor de presentar el nuevo poemario de Nacho Montoto, Superávit, en la librería La independiente. Aquella fue la primera vez que nos vimos. Nuestra amistad, desde entonces, fue creciendo al ritmo de nuestra complicidad y de nuestros proyectos comunes.

Este es el texto que escribí para la ocasión:

En el año 2005, de la mano de los ilustradores y poetas Antonio García Villarán y Nuria Mezquita, nació una editorial independiente que poco a poco, a golpe de catálogo, se está abriendo un camino por la selva de la industria del libro: Cangrejo pistolero. En su nómina de autores los hay ya conocidos por sus incursiones en varios géneros literarios (Sofía Rhei, Gracia Iglesias, Luna Miguel). E incluso alguno ha publicado con ellos más de un libro. Este es el caso de Nacho Montoto, autor del poemario reversible Espacios insostenibles/ Mi memoria es un tobogán (2008), de la novela Binarios (Sim Libros, 2009) y de Superávit.

Los poetas son conscientes del destierro de la Arcadia, de la pérdida de la Edad de Oro. Tratan de señalar con sus obras el conjunto de lacras del mundo en que se encuentran. Carecen de un locus amoenus. No creen en la existencia de lugares apacibles. Viven traspasados por la soledad, la incomunicación y el desarraigo. Y precisamente para eso escriben, para denunciar y modificar el estado de las cosas.

Con todas estas piezas Montoto ha armado una obra sobre el amor, la indiferencia y el derrumbe de puentes entre dos amantes.

El sujeto lírico del libro entabla un diálogo virtual con una interlocutora pasiva. La receptora de los poemas es un ente callado del discurso. No asume la palabra. Ni siquiera está claro que los pronombres designen la existencia de su realidad fuera del texto. Es un fantasma que habita en el recuerdo, una imagen que deambula por los pasadizos de los poemas, que arrastra su memoria por los túneles de los fragmentos en prosa. El formato del libro, su diálogo diferido con al destinataria del mensaje, es un intento de comunicación igual de contraproducente que el ensayo a través del móvil o del portátil. Así, leemos en Ilustraciones coherentes (VII): “Escribir tu nombre sobre una pantalla táctil. Deslizar mis dedos sobre una superficie plana que contiene tu nombre. No, no es tu nombre, son sólo letras agrupadas en el interior de una minúscula pantalla de 3,2 que intenta imitar el brillo de tus ojos”, o en Ilustraciones coherentes (VIII): “Besarte tras la ventana […] Pasar las horas muertas esperando que aparezcas tras esta falsa cristalera”. El uso de la tecnología no garantiza la comunicación. Internet conecta a las personas con el mundo, pero no necesariamente con el entorno inmediato. En los textos de Montoto, el sujeto que enuncia, pese al uso de los nuevos soportes para el envío de textos, vive en un aislamiento emocional, porque no hay intercambio de información. Su soledad es la nuestra, es una soledad contemporánea, la del hombre y la mujer del siglo XXI, una soledad demasiado hiriente porque nunca el vacío ha estado lleno de tantas posibilidades.

Los símbolos del libro (la “intemperie”, la “deriva”, las “enanas marrones”) remiten a la frustración de las expectativas afectivas de la voz que habla en los poemas. De algún modo, Superávit es el reverso del cuadro El grito, de Munch. El personaje pictórico lanza un alarido triste y repleto de angustia que los espectadores no escuchamos. La pincelada es gruesa y su trazo es enérgico. El personaje literario, en cambio, dice estar rodeado de silencio, pero el silencio contiene palabras que oímos. El modo oracional de muchos textos es interrogativo, dubitativo… Es decir, Nacho Montoto expresa el vacío con la sensibilidad de su época. Su criatura de ficción acepta el cambio, la inseguridad de los conceptos, como partes ineludibles del hecho de estar vivo (“Es la vida –define– una bomba inofensiva. Quizá la broma fallida de un payaso”, del texto Ilustraciones coherentes (V). Y ahí estriba su actualidad: igual que nosotros, hace equilibrios encima de una ola, porque las cosas nunca permanecen.

En mayo de 2013 publicaba en El rompehielos la reseña de su último libro de poemas, Tras la luz, publicado por La Garúa. Este nuevo libro viene firmado por el nombre completo del poeta, que se despega así de su obra anterior. El salto cualitativo es tan grande que hizo muy bien en simbolizar esa zanja divisoria. Como en el caso anterior, Nacho confió en mí para presentarlo, esta vez, en La Marabunta (16 de mayo de 2013)

Dejo aquí mi reseña del libro:

La primera etapa creativa de José Ignacio Montoto puede catalogarse de figurativa, a ella pertenece, entre otros, Superávit  (El cangrejo pistolero, 2010). En esta obra predomina el discurso intimista, el texto en prosa, la interlocución con una destinataria pasiva, la alusión a las nuevas tecnologías para mantener relaciones sociales y el tema amoroso. Su estilo es narrativo, directo, a veces incluso demasiado coloquial. Con su nuevo poemario, Tras la luz (La Garúa, 2013), inaugura una segunda etapa de mayor altura poética, de la que habrá que estar pendientes. Sus textos han ganado en plasticidad y en poder de seducción. Montoto se despoja del yo, del desahogo sentimental y cede la palabra a un narrador en tercera persona que fija su mirada en el mundo. Nada escapa a su espíritu curioso. Con pequeñas pinceladas va dibujando escenas muy evocadoras. Los protagonistas de estos poemas enigmáticos son niños, amantes o girones de entornos urbanos o naturales. Montoto multiplica sus registros. Tan pronto nos revela una voz delicada como hiriente. También aumentan los efectos psicológicos que producen sus textos: nos transmiten angustia, vacío, soledad, inocencia, protección o inquietud.     

    El libro se articula en cuatro partes: Refracción remite a un cambio de rumbo, a la negación de expectativas (existenciales, afectivas). Propagación se centra en el progresivo deterioro de una relación. Del sexo pasamos a la pérdida de interés. Asistimos a un avance en línea recta hacia la frustración y la ruptura amorosa. Interferencia nos habla de perturbaciones producidas por recuerdos e imágenes. Reflexión coloca al sujeto lírico delante de un espejo que lo devuelve a los días de infancia y lo empuja al abismo de su desaparición.

Destacan en la obra un conjunto de textos muy potentes (“busca un rincón y encuentra”, “cero absoluto”, “niños que dibujan un sol”, “no sé si es circunstancial el lazo que nos une” y “un mar de cráneos aplastados”), situados –acertadamente– en los principios o finales de las secciones, lo que genera ritmo e intensidad. 

Poemario coherente, hondo, conciso y ambicioso, Tras la luz merece la atención de los lectores. Se trata de una obra escrita con mimo, en la que Montoto ha asumido el riesgo de transformar su voz, de reiventarse. Su valentía ha vencido a la inseguridad. Ha luchado por ser el autor que deseaba. Su inconformismo nos ha dejado un libro que no elude el dolor. Seguro que se trata del prólogo de muchas obras más llenas de vida y de belleza.

El mejor poemario de Nacho es, sin lugar a dudas, La cuerda rota (Renacimiento, 2014). Tuve la suerte de leerlo de primera mano, antes de que ganase el Premio Andalucía Joven. Esta obra constituye una vuelta de tuerca en su obra lírica. Es su poemario más bello y original. Ahonda en la plasticidad y en la sugerencia de su libro anterior (Tras la luz), pero se atreve, incluso, a nadar hacia otros horizontes. Las continuas alusiones poéticas, pictóricas y bíblicas aumentan la capacidad connotativa de los textos, los revisten de nuevos significados. La elección del versículo también fomenta el diálogo con la tradición lírica francesa (los poetas malditos) y con las Sagradas Escrituras. El ritmo y las imágenes dotan al libro de un aura legendaria, mítica, que seduce a los lectores. José Ignacio Montoto ha explorado con acierto, sutileza y sensibilidad el corazón de la mujer. Este es un acierto de la obra. Supone un gran ejercicio, por su parte, de identificación y de empatía. Con él, su voz se agranda y demuestra que no conoce límites. Algunos de los poemas son auténticas joyas. Vanilla sky, Hilos y huesos o Espejos y mariposas merecen entrar en las mejores antologías de la última hornada de poetas. Soberbios. La dulzura y la elegancia con que están escritos no tienen parangón. Todos ellos exportan un modelo de belleza. El libro, de estructura circular, relata una historia (sueño o pesadilla). Los poemas se adentran, progresivamente, en asuntos como el desamor, la nostalgia, el tiempo, la memoria, la muerte, la ruptura, el arraigo (cultural), la melancolía y el destino aciago. De la ternura de los primeros textos se pasa a la perturbación y al misterio de los últimos, pero el tránsito es lírico y sutil. A través de los poemas, el autor reconstruye el espacio interior de una mujer sensible y fuerte. Equilibrada. Moderna. El poemario es una delicia. Por su brevedad y exquisitez podríamos considerarlo toda un delicatessen. Al trasluz de los textos vemos a Virginia Woolf, a nuestros clásicos, a Alejandra Pizarnik… José Ignacio Montoto ha cosido su voz a lo más granado de la literatura universal, y esos ecos lo han dulficicado, lo han robustecido. En La cuerda rota el poeta ha dado rienda suelta a su imaginación, que se ha desbocado. 


VANILLA SKY


El cielo a medio hacer. El cielo: una flor abierta con el sexo a
  la vista.

Una flor en carne viva.

Desde mi ventana intento podar las malas hierbas. Tienen
   forma de nubes, se escapan entre mis dedos, llueven sobre
   mí.

Mientras tanto, observo la bóveda en almíbar.

Una oruga sisea nuestros nombres en la tarde.

Bailan los pájaros en torno a la ropa tendida. Se posan sobre
   mis bragas, las impregnan de vainilla y tierra seca.

Olemos a fruta podrida en este verano tardío. Madura el
   desamor dentro de casa, precipita nuestros labios hacia el
   abismo.

Sé que el corazón es una manzana mordida.

Pero el amor, ¿el amor?

A diferencia de las rémoras, el amor es un parásito que
   poliniza nuestra existencia.

Ansiamos el otoño.

La lluvia traerá consigo nuevas semillas de luz dispersa.
   Germinarán vacíos en mi vientre y durante ese tiempo nada
   sabré de ti.

La ausencia huele a incienso y barro fresco.

Rota nuestra bóveda, mi cuerpo languidece. Apenas
   habitan en mí un par de cicatrices abiertas de las que
   brotan pequeñas luciérnagas con cara de niño.

Es un sueño, nuestra vida.

Lo que queda.

Manchas de tierra seca en mis viejas ropas, floribundas tardes
   de vainilla. 
 

La trayectoria lírica de José Ignacio Montoto era ascendente e imparable. La cuerda rota es un libro extraordinario que dio al poeta la proyección que tanto merecía y por la que tanto luchaba, verso a verso, libro a libro. Su repentina muerte esta mañana, con tan sólo 37 años, ha detenido una voz que volaba en trayectoria única, cada vez más alto.





sábado, 7 de enero de 2017

Reseñas de libros de relatos



En estos cinco años transcurridos desde que puse en marcha los motores de El rompehielos, he reseñado los siguientes libros de relatos:

Autores españoles

Los que duermen, de Juan Gómez Bárcena. 2012. Aquí.
A sangre y fuego, de Manuel Chaves Nogales. 2012. Aquí.
Todo irá bien, de Matías Candeira. 2013. Aquí.
Contratiempos, de Pilar Tena. 2014. Aquí.
Estrómboli, de Jon Bilbao. 2016. Aquí.

Autores extranjeros

El ángel esmeralda, de Don DeLillo (Estados Unidos). 2013. Aquí.
Nostalgia, de Mircea Cartarescu (Rumanía). 2013. Aquí.


miércoles, 4 de enero de 2017

Poesía hispanoamericana actual



Fue a partir de mi viaje a Colombia en 2015 (invitada a participar en el XXII Encuentro Internacional de Mujeres Poetas, en Cereté), que comencé a leer a los autores hispanoamericanos de mi generación.

Estos son los poemarios que he reseñado hasta ahora (publicados en España en 2016):

Anémona, de Jamila Medina Ríos (1981, Cuba). Aquí.
Construcción de los sombreros encarnados, Siomara España Muñoz (1976, Ecuador). Aquí.
El álbum de las rejas, Omar Pimienta (1978, México). Aquí.
La luz impronunciable, Ernesto Kavi (1981, México). Aquí.

Y estas son las poetas que he ido antologando:

Jamila Medina Ríos (1981, Cuba). Aquí.
Betsimar Sepúlveda (1974, Venezuela). Aquí.
Cindy Jiménez-Vera (1978, Puerto Rico). Aquí.
Beatriz Vanegas Athías (1970, Colombia). Aquí.
Yirama Castaño (1964, Colombia). Aquí.
Mara Pastor (1980, Puerto Rico). Aquí.



martes, 3 de enero de 2017

En las aguas de octubre

En las aguas de octubre, Marta López Vilar. Bartleby. 2016. 77 páginas. 10 euros.


Una de las tradiciones poéticas de las que bebe nuestra lírica es, sin duda alguna, la helena. Podríamos rastrear, sin perdernos, su huella a lo largo de la Edad Media hasta la actualidad. Nosotros somos griegos, culturalmente hablando. Nuestra patria sentimental e intelectual es Grecia. Nuestro origen remoto. Sus mitos nos explican, sus héroes simbolizan nuestras pasiones y debilidades. Vivimos en el suelo que protegía Span, el sobrino de Heracles. Vivimos transitados por las lecturas de Homero, de Safo, de Píndaro; y de sus descendientes romanos: Virgilio, Ovidio, Catulo. Somos descendientes de Telémaco, de Ulises, de Penélope, de Dido, de Eneas, de Ariadna, de Apolo, de Faetón; como antes lo fueron Garcilaso, Hölderlin, Keats o Kavafis. Nos recorre lo apolíneo y lo dionisiaco, lo puro y lo turbulento. Entre los poetas españoles helenos más recientes contamos con Aurora Luque y Juan Antonio González Iglesías. Mi tercer poemario, Apátrida (Hiperión, 2005) establece un diálogo con la Odisea y la Eneida (reseñas, aquí y aquí). Ahora acaba de publicarse el último eslabón de esta larga cadena lírica, un libro exquisito, de palabra exacta y emoción contenida, que hace un inventario de la ausencia: En las aguas de octubre, de Marta López Vilar. Con pocas imágenes, pero de una gran plasticidad y capacidad de sugestión (la nieve, el desierto, la caracola, el río, la ceniza, la niebla, el mar), la autora nos habla con sencillez (con humildad) de grandes conceptos (identidad, patria, destierro, muerte, regreso, desposesión), evocándonos emociones comunes a todos (soledad, nostalgia, vacío). Marta López Vilar recurre en la mayoría de los textos a la mitología greco-romana, que sirve de amplificador emocional. Como los antiguos humanistas, se apropia de la Antigüedad y la funde con su propio presente. Será la competencia cultural del lector la que otorge mayor o menor profundidad a los poemas. No obstante, para disfrutar de los mismos basta con dejarse seducir por sus imágenes, sus aliteraciones (sibilantes, líquidas): “he cruzado el desierto /…/ Cada día sé que tengo el mismo destino que esa tierra:/ esparcirme en mil pedazos y no llegar a parte alguna”. Estos versos ya son de por sí desoladores, pero si, además, conocemos el mito al que alude el título (La muerte de Dido), entonces la reina de Cartago se convierte en caja de resonancia que intensifica la desesperación por la ausencia de un proyecto de vida. En el poemario se repiten, a modo de letanía, algunos adjetivos acordes tanto con la serenidad que muestra el sujeto –polifónico– que enuncia (limpio, blanco), como con los temas que aborda: la pérdida, la extinción, la negación de expectativas (oscuro, blanco, impuro). Hay algo en la selección del léxico, que me recuerda a Javier Lostalé o a Antonio Crespo: eufónico, cargado de hondura. En las aguas de octubre es una obra deliciosa y rotunda, el final de Níobe (cuyos hijos fueron asesinados por Apolo y Artemisa,  quien fue convertida en piedra) lo ejemplifica a la perfección: “Lentamente dejo de sentir el calor tierno/ de tu cuerpo junto al mío./ Es más cruel la piedra que la muerte./ Ahora comienza y arde mi castigo: llevarte en este corazón / que ya no siento”. Por fortuna, los lectores gozamos de un poemario así, tan hermoso y cohesionado, cuyos versos iluminan y hieren.