viernes, 26 de diciembre de 2014

Viaje de invierno



 



Tú que has sido un país
remoto, inalcanzable,
eres frontera, al fin, donde comienza
el mundo que he soñado.
Toda mi realidad nace contigo:
cuando tus adjetivos la matizan,
cuando tu voz la nombra.
Y yo también me empiezo
y me termino en ti.

Atrás quedan las vidas que he llevado:
la que sufría el cuerpo, silencioso,
rodeado de sombras y mercurio;
y la que imaginaba de tu mano.                   

Allá donde otros temen jaurías de cristales en el suelo,
y se vuelven, confusos, al cráter donde entierran
[ilusión y deseos,
tú has encendido antorchas y has seguido avanzando.

Pero nada es sencillo.
Cuántas lágrimas dejas horadando la tierra
                                                            [a tus espaldas.
Llego hasta ti contando las campanas de sal
                                                [que lentamente lloras.
Es tu cuerpo una gota
que tiembla y yo recojo entre mis brazos
                                                     [de metal y de lana.

Resiste un poco más. Ya queda menos
para que los océanos se cierren y las nubes emerjan
                                                  [de su cárcel de agua.

Si tu amor es posible, si el prodigio
de tu cuerpo en la noche bajo el mío
es una realidad que nos envuelve,
no dudes de que siempre mantendremos
la aurora en la mirada al contemplarnos,
la hoguera de un futuro compartido.

Igual que las raíces, tú me arraigas.

Ya no temo la vida
porque sé que eres cierta.


(De mi poemario Helio, publicado en 2014 por La garúa)

 

jueves, 18 de diciembre de 2014

Contrastes de Vietnam



 
Ho Chi Min.
Vietnam del Sur
  


Al sur del país pasamos una noche en una granja del delta del Mekong. Al día siguiente, nos trasladamos en un bote al mercado flotante de Cai Rang, donde los agricultores venden sus productos en barcazas. Y en la ciudad de Can Tho nos sorprende la vista de una iglesia cristiana con un pequeño muelle al pie de sus escaleras. Aunque lo más fascinante es la incursión en canoa por el delta y sus islas. Durante horas, el guía nos muestra los recursos de la economía local: fábricas de caramelos de coco y de tejidos. Y contrariamente a lo que ocurre en el corazón de Vietnam -que envía a Dinamarca la cerveza para su envasado-, el trabajo corre a cargo de la eficacia y fuerza de tendones y músculos. Todo lo que se fabrica son materias primas, y nada se desprecia. Las cáscaras de arroz se utilizan como combustible en las casas. En contraste con esta industria limpia, artesanal, se alza la capital financiera de la república: Ho Chi Min (Saigón), con su mosaico de rascacielos. Su pasado colonial francés es evidente en la nomenclatura de las calles, en la réplica de Nôtre Dame o en las amplias avenidas. El gen arquitectónico del pueblo invasor modeló la fisonomía de la ciudad: robusteció sus parques y ornamentó las fachadas de las instituciones públicas. Vemos que los seres humanos y las motos son seres con los mismos privilegios en calzadas y aceras; juntos constituyen el magma denso, lento y ruidoso que mueve la ciudad. Un niño viaja con sus padres y hermanas en una Vespino destartalada y sucia. Llevan mascarilla. Qué distinto del joven de ojos puros, sonrisa matinal, cuerpo desnudo, que bañaba en la orilla del Mekong -alegre como aurora, como pulso de pájaro- a un negro buey de agua.



Recuerdos de nuestro viaje a Vietnam en 2010 



sábado, 13 de diciembre de 2014

Tara




Elena Medel (Córdoba, 1985), con mucha valentía y no poco dolor, ha escrito un poemario que recoge la herencia de un género poético en desuso: la elegía; de gran vitalidad, sin embargo, en la alta Edad Media y en los Siglos de Oro. Este arraigo en la tradición, como vamos a ver, nada tiene de copia o de imitación de modelos. Es verdad que el libro sigue, sobre todo en su primera parte, algunos de los temas que abordaron las Coplas de Jorge Manrique o la Canción elegiaca de Juan de Arguijo. Incluso retoma motivos e imágenes de la mejor estirpe renacentista. Pero el caudal poético de Elena no se detiene aquí. Desde las cumbres áureas baja hasta el valle tenebroso y oscuro del Romanticismo. Su voz es un torrente sin límites. En sus aguas se mezclan la Biblia y los trágicos griegos; el temor y el desdén; resplandores y sombras. No extrañe, pues, que el tema angular del poemario, entre otros, se salga de la preceptiva del género. Tara es la elegía de una escritora del siglo XXI, de una poeta privilegiada que conoce muy bien la literatura, y que, por ello, ha sintetizado con inteligencia distintas corrientes. Así, el libro conjuga tradición e innovación, por cuanto dialoga con un género de raíces romanas para subvertirlo.

Tara se ubica en la órbita de las elegías medievales. Algunos de sus temas son de origen manriqueño: la estimación del plazo de la vida, la reflexión sobre la inexorabilidad de la muerte, o el elogio del fallecido. Además, desarrolla motivos tradicionales de la elegía fúnebre renacentista y barroca. Muchos de ellos guardan relación con Garcilaso: la idea de que la muerte no daña a quien muere sino a aquellos que le sobreviven, el anhelo de la propia extinción, o el contraste entre las “memorias llenas de alegría” y el dolor actual. El asunto de la rebelión del individuo contra la voluntad de Dios, tiene un precedente en la bella elegía “al padre Matías Tercero”, de un desengañado Juan de Arguijo. Más allá de estos temas, ciertas imágenes son típicas también del siglo XVI. El río que aumenta su caudal por el llanto, presenta,  desde luego,  analogías con el poema “a la muerte de doña Marina de Aragón”, de Diego Hurtado de Mendoza. Elena, pues, asume la tradición; pero no la repite. La reelabora. La adapta a su propio tiempo. Lejos estamos de la resignación estoica ante la muerte y de la descripción del reino de los bienaventurados. No hay salvación posible. Ni tan siquiera la palabra escrita puede hacer que las cosas perduren. Esta visión apocalíptica, por supuesto, es de cuño romántico. 
 
 
Ya desde el mismo título, Tara, Elena hace apología de lo deforme. El hombre es imperfecto, porque es mortal. Cuando el niño descubre la finitud ajena y vislumbra la propia, sale de su atemporalidad, e ingresa en el tiempo a través del dolor. Así las cosas, la voz narrativa del libro evoluciona desde el mundo sensible del primer poema, de simbología becqueriana, y tono apesadumbrado; hacia el mundo violento de los últimos, de tono sarcástico e imágenes macabras (suicidios, mutilaciones). En medio, un presagio: la condena al Infierno. Todo suicida acaba allí, por su desdén. El yo lírico de Tara, cargado de amor (como Ruth) y vacío de alegría (como Noemí), emprende el camino de la autodestrucción como desafío y remedio a su infelicidad. Si al comienzo de la obra se muestra temeroso de aceptar su destino de ser-para-la-muerte, al final, en cambio, lo vemos lanzarse a él en un acto supremo de dominio de su vida, de reafirmación de su ego. Ninguna cosa puede consolarlo, salvo la conciencia de saberse heredero de un legado moral. Los cuerpos mueren, sí; pero les sobreviven sus ideas. La narradora de Tara se sabe un eslabón. Sus sueños son los sueños de sus antepasados. En ella confluyen el arrojo, la entrega, los principios de la madre y la abuela. Son un Todo, dice recordando las hermosas las palabras del Libro de Ruth. Pero no es suficiente. Otros pasajes bíblicos, las Profecías, están detrás del sueño premonitorio con que se cierra el libro. Allí se describe una muerte: el salto al vacío de la futura hija. Por desgracia, también se hereda el dolor. 
      
En conclusión, Elena Medel desarrolla el asunto de la trágica toma de conciencia de la mortalidad, haciendo confluir en un género clásico –la elegía fúnebre– materiales de origen variado –medieval, áureo y romántico–, que reelabora con absoluta libertad, adaptándolos a su estilo y mezclándolos con sus obsesiones personales.


sábado, 6 de diciembre de 2014

La Guerra de Invierno, en la revista Paraíso



 

G. GARCÍA, ARIADNA

LA GUERRA DE INVIERNO (2013)

MADRID: HIPERIÓN. PREMIO INTERNACIONAL DE POESÍA MIGUEL HERNÁNDEZ - COMUNIDAD VALENCIANA.

JUAN GABRIEL LAMA


El viaje en La Guerra de Invierno de Ariadna G. García (Madrid, 1977), libro con el que la autora obtuvo el Premio Internacional de Poesía Miguel Hernández-Comunidad Valenciana y publicado por Hiperión, es el elemento fundamental que vertebra la edición. Un viaje en tres etapas bien delimitadas que corresponden a los tres viajes (interiores, en la nieve y el hielo, en la historia sangrienta del siglo XX en Europa) que la autora realiza, como si fuera el Dante en su descenso a los infiernos acompañado por Virgilio, de la mano del amor.

Es el inicio del libro la antesala de lo que vamos a vivir a continuación. Los elementos de una Finlandia en la que los tópicos (sauna, madera, pájaros, idioma) se encuentran articulados de manera novedosa, huyendo de la mera descripción de paisajes para acercarnos al viaje interior de dos cuerpos («Te tumbas a mi lado / estamos solas», p. 16) que van a recorrer con sus dedos aeropuertos y catedrales. Pocas veces son los lugares descritos a través de una piel, de la sensación del frío o el calor, como en este libro. Pero un poema dedicado a las fortalezas que en pleno siglo XIX los soldados suecos y finlandeses levantaron para detener el avance de las tropas de la Rusia imperial nos avanza, como un destello brillante y heroico, el tema de la segunda parte, central y capital en el libro.

Es con «La guerra de invierno», el intenso poema en prosa eje del libro, con el que Ariadna G. García nos introduce en la épica de la guerra que se desarrolló entre la Unión Soviética, ya ávida de terror, estalinismo y gulag, y la joven república finlandesa que se había independizado sólo veinte años antes. Esa guerra, preludio de la que ya estaba en marcha en el frente occidental con la invasión de Polonia y de Francia por parte de la Alemania nazi, está retratada por la autora con el mismo uso que, en libros como Europa o Las trincheras, Julio Martínez Mesanza ha hecho de la Historia como metáfora de la agonía del ser humano en uno de los siglos más crueles como fue el siglo XX. Así, el retrato del patinador olímpico Birger Wasenius, verdadero héroe griego de esta tragedia, patinando veloz hacia su muerte («Ya no escucho las voces de las gradas. Sólo el sonido de mi respiración. Todavía me buscan. No distingo la meta en este bosque», p. 41) es la huida, heroica pero huida al fin y al cabo, de todos los totalitarismos que han formado esa historia de crueldad y mezquindad, pero también de épica y nobleza y fe en el ser humano, que fue la Segunda Guerra Mundial. Es esa épica la que nos muestra a los marineros soviéticos del submarino S-2 orgullosos de su tumba de hielo en el Báltico, personajes del mejor Eisenstein en el film Alexander Nevsky, otra gran parábola de la heroicidad humana. El choque de una mina con un sumergible se canta como si de un pasaje de la Ilíada se tratase («Pensarán, con orgullo patrio, que se les ha otorgado un gran honor: el descanso perpetuo en una tumba helada», p. 43). Las últimas sorpresas que el horror de la guerra hace reflotar, una primavera, una floración de muerte que aparece con el deshielo, pasadas ya todas las batallas, son los cadáveres que suben a la superficie («Cantarán de plano al mundo. Y estos bultos de aquí, que la corriente mece bajo la niebla helada, son los restos de miles de ilusiones que duermen boca abajo», p. 44).
 

Tras esta parte central en prosa vuelve Ariadna G. García al verso en la tercera y última parte del libro, que se va despojando, poema a poema, de la gravedad de la parte central. La cotidianeidad, en la línea ya habitual en determinada poesía española, nos acerca a escenas, a la manera de la pintura flamenca del XV, de una intimidad tan querida para los países norteños, allí donde no existen las cortinas en las ventanas, donde la lucha con el frío es un rito diario («Llegué al vehículo. / Despejé a patadas la nieve que lo estaba sepultando. / Retiré con los guantes el enchufe / que lo mantenía unido a la corriente / para evitar que el motor se congelara», p. 51). Retrato de una sociedad solidaria, austera en sus planteamientos, eficaz en su simplicidad tan alejada del barroquismo excesivo e improductivo de las sociedades mediterráneas («Cuando un coche se empotra contra un arcén nevado, / tú te bajas del tuyo y lo socorres / con una cuerda gruesa. / Sabes que un día, / él será quien se pare», p. 61). Esta austeridad trasciende finalmente a la forma en que se cierra el libro. Una serie de haikus, y algún día deberíamos plantearnos a qué se debe el florecimiento de este género en los últimos años en la poesía española ¿sencillez o simple desgana?, cierran el libro. No es este caso, la desgana, el de La Guerra de Invierno. Ariadna G. García ha demostrado su rigor y su osadía en el retrato de las atrocidades y los desastres de la guerra para poder permitirse, al final, el soplo de aire fresco que es la lluvia, una liebre, el hielo, el viento y la ceniza.



En definitiva, es este un poemario que con eficacia combina dos mundos extremos, la guerra y la vida, a través de la mirada íntima de una viajera. Viajera en el espacio de Finlandia, donde se suceden las referencias a Laponia o al Círculo Polar, viajera en el tiempo con el espejo que nos muestra episodios desconocidos, al menos en la crónica más transitada de la XX Guerra Mundial. Y todo ello desde un punto de vista humanista e íntimo muy destacable que no olvida la variedad de registros y formas que hacen de La Guerra de Invierno un libro ambicioso para una escritora tan joven como Ariadna G. García.

IMPORTANTE: La Guerra de Invierno es finalista del Premio de la Crítica de Madrid. Una noticia que me alegra y anima a seguir trabajando. Os dejo aquí el enlace con el resto de obras que optan al premio en las modalidades de Poesía y Novela.

jueves, 4 de diciembre de 2014

El comité de la noche



  
El comité de la noche, Belén Gopegui. Random House Mondadori. 2014. 260 páginas.



La escritora madrileña, tras Acceso no autorizado, parece haberse especializado en el género del thriller. Si en aquella novela Belén Gopegui especulaba sobre las intrigas políticas del partido en el gobierno, en esta última los protagonistas son ciudadanos de a pie, excluidos sociales, marginados, parados, como los hay a miles. Ambas obras representan la cara y el envés de la España de hoy. Si en la primera se describe la pésima gestión de la crisis por parte de nuestros responsables políticos, su corrupción interna y el sentimiento de culpa de quien no se ha arriesgado lo suficiente en la defensa de los demás, en la segunda el foco de pone en el empobrecimiento de la clase media, en el aumento del paro y en la labor que la ciudadanía teje a escondidas para salvar lo que queda del estado de derecho y de la dignidad del ser humano.

El comité de la noche se divide en dos partes asimétricas: “De Álex”, narrada en primera persona por una madre que regresa a la casa de sus progenitores, junto a su hija, a los 33 años (46 páginas), y “De Carla”, articulada a dos voces (194 páginas).

“De Álex” representa el desahogo lírico de quien ha perdido su empleo y su futuro, de quien sabe que la vida se pasa pero aún le queda energía para transformar el mundo. Este diario oscila entre el panfleto anticapitalista y el testimonio íntimo del derrumbe de una familia con todos sus miembros en el paro. El estilo –poético, repetitivo– recuerda a las asociaciones libres del flujo de conciencia.

“De Carla” centra el tema del libro y supone un giro de 180 grados en el tono y la estética. En esta parte, como adelantaba, encontramos dos voces: la de un biógrafo encargado de poner por escrito la vida de sus clientes (en primera persona, marcada con letra cursiva) y la del texto resultante (en tercera persona, con la letra redonda). Ambos se simultanean. Los protagonistas son Carla (trabajadora en Laboratorios Pharmen, una empresa de Bratislava interesada en la comercialización de la sangre) y el profesional que escribe sus memorias. Sus encuentros transcurren en siete sesiones de trabajo. La biografía de Carla, centrada en sus años en Eslovaquia, nos revela a un personaje contradictorio, angustiado por el enfrentamiento entre sus valores y sus necesidades. Se trata de un entretenido e inquietante relato de espías que, no obstante, descoloca en sus últimas páginas. El desenlace rompe la ilusión de realidad de todo lo narrado.

La trama hasta entonces, sin embargo, es sumamente interesante. No faltan las intrigas, coacciones y amenazas propias de la novela negra. Como en Matrix, en la novela encontramos un elenco de personajes que integran una resistencia invisible cuyo fin es despertar ciudadanos para la preservación del estado de derecho, así como luchar contra aquellos que quieren derribarlo. El tema de fondo de El comité de la noche es el límite moral para la compra-venta de productos (plasma, órganos vitales), y la defensa cerrada de un modelo público de sanidad. 





Además, hay párrafos dignos de elogio, en los que la autora apela al compromiso colectivo para obrar un cambio: “Lo que hay no existe, sino que está siendo construido ahora mientras escribo. Sin desigualdad nadie se sentiría obligado a vender un órgano, nadie apelaría a una necesidad impuesta por otros. Quienes consideran todo una cuestión de precios olvidan cómo se fabrica la pendiente por la que siempre podremos seguir bajando, pero por la que también podríamos ascender para llegar a un sitio distinto” (pág. 137).

El comité de la noche denuncia la “agresividad del enemigo” (los mercados, la casta política) con franqueza: “Su violencia es tan constante que parece natural. Y además usan su propia clandestinidad, su dinero, sus reuniones opacas […] promulgan leyes a su medida…” (pág. 152). Y a la vez, ensalza la solidaridad como un valor a proteger incluso con la propia vida: “cuando donamos sangre lo que hacemos es compartir nuestra salud” (pág. 212).

Si el compromiso ideológico es (una valiente) marca de la casa, reconocemos también en la obra el estilo inconfundible de una voz original, única, consciente de sí misma, que constituye un continente aparte dentro de la narrativa española de los últimos años.

Esta reseña ha sido publicada por el blog La tormenta en un vaso. Página original, aquí.